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JUAN PABLO OÑA HARTMAN

EN EL LABERINTO
A Diana,la cazadora
 
El horizonte se desnuda en aves rapaces.
Sueño reconocer al sol por su arria de gallos
mientras siguen devorando mariposas.
y ya no hay flores.
 
Sòlo el hilo hacia tus ojos es el curso,
la regresiòn al carcaj de la gacela,
tiñendo paredes con los poros tupidos
de mi sangre y el polvo de la tierra.
 
PROMETEO
¿quien puede condenarme
si esta gran luna de mi soledad
me perdona? (J.L Borges)
 
Las  guilas del optimismo no tienen ojos;
en sus òrbitas se pierde
la estocada màs profunda de la luz,
ni alas, ni vìsceras,
sòlo en boca descomunal
tentàculos enclenques de filo mayor.
 
Llueven sobre mì.
Sobrevivo completamente desnudo y sin manos.
Esta moneda de tributo es real,
su artificialidad estriba en la infinitud de caras
diminutas, medianamente impresas,
donde la palabra recicla hasta el èxtasis
su brùjula falsa:
la soledad es un sonido hueco
tan distante del sufrimiento que ya no es dolor
sino la suma del frenetismo cotidiano.
 
EL NIDO DE LAS SERPIENTES VOLADORAS.
 
Soy quien tensa el arco y amanece,
ìcono que el restaurador olvida
retocando ìdolos ancestrales,
construye luego un castillo,
desfallece y mata
(las montañas desprecian serpientes y suicidas)
 
Mis actos son hilos transparentes,
irrompibles y absurdos
cuyo ovillo me sigue como si me aplastara.
Ya no hay hemorragia,
sòlo esa huella,
esa dentellada distinta,
esa ilustraciòn en los colores màs mìos:
las serpientes asimilaron el reto de los pàjaros
y esta cumbre es su morada.
 
Ahora soy el suicida.
El abismo me roba de esta montaña enemiga,
un còndor triste me saluda
mientras
caigo,
 
5 POEMAS SIN NOMBRE
 
Cuando descubras mi vocaciòn de luna
mira al infinito;
este cuerpo enamorado, penetrante,
disputar  a sorbos tu voz con el silencio;
luego me apagarè en todos tus relojes,
como si hubiese muerto.
!Ah, que tù escapes...! J.Lezama Lima.
 
Ahora soy tu perfume perdido entre mis dedos,
una centuria de esperanzas
vueltas del polvo al ocaso irremediable.
 
Donde los gallos cantaban no està el alba;
sòlo en la oscuridad, al final de otras piernas,
un eslabòn pervertido, una cadena fracturada,
donde hago profesiòn de serme extraño
y tù escapas!
 
Ahì està la hembra del pavorreal
plumaje desaliñado donde asoman los silencios
amarilla de olvidos voluntarios
deshojandose al roce implecable del tiempo.
Tengo hecho volantes el corazòn
por las calles de su laberinto,
al filo de las horas donde hube de consumirme en sueños,
porque siego sus margaritas
y despuès lloro,
como si fuese humano hacerlo.-
 
Desgarro la noche con mis alaridos
soy el paternier de la aguja voltampèrica
y es tan humano el silencio
como las piedras.
 
" La doctrina fundamental de los pitagòricos
consiste en que la sustancia de las cosas es
el nùmero"
Aristòteles (Met.,I,5)
 
Ella me dice que ama los nùmeros.
Piensa demostrarlo, segùn convenga,
a finales de Junio o en Septiembre:
dice que el tiempo no la apura,
que da lo mismo.
 
Los està ordenando
para que describan un trozo de vida;
ella prepara una secuencia intelegible
de nùmeros y signos y nùmeros...
(me ha dicho que los ama
y se escurre tras sus ojos veloces)
 
Yo he astillado la dureza de mi eslora
en Samos, la bella patria del precursor;
imagino pasear junto al filòsofo
por los extensos campos de flores
y aùn no consigo
librarme de esa aroma lànguido
que imprime su espejismo en la noche.
 
EL VIOLINISTA
 
Mamà no volvìa del viaje que resultò al cielo. Papà  buscò esa otra, que trajo a los otros dos, y se acabaron los cuentos por las noches. Pero tenìa el violìn. Lo hallè en el cuarto de desahogo el dìa en que dejò de ser el apocalipsis de todos los castigos para convertirse en polvo, oscuridad y una claraboya de cristales rojos y amarillos por donde se filtraba el atardecer.
Ya no importaban ¿què delgado estas ?, ¿què ojeras tienes? No ver s televisiòn esta semana... Hasta la noche en que los dos imbèciles comenzaron a chillar como ratones y el objeto sagrado, convicto de nosè que estùpida herejìa, conociò sin misericordia el martirio.
Fue cuando comprendì la importancia de librar a mi padre de aquel influjo malèfico. Estaba decidido:sostener firmemente el cojìn de damasco rojo y apretar una y otra vez.
Pero la ingenuidad propia del adolescente me condujo al fracaso y, èste, a lo peor: gritos, golpes, làgrimas y el terror de haber perdido a mi padre para siempre. Luego la calma indiferente de la tregua y, siguiendo el consejo de alguien cercano a la familia, me llevaron donde los señores de la cara tonta y los dibujitos, varias, muchas veces. Trastornos en la personalidad. Y me fuì a vivir con los abuelos. Ellos nunca me reprocharon nada. Eres la misma cara de tu madre. Los bondadosos y complacientes abuelos.
Pasò el tiempo y muchas cosas. Muriò papà en verano, pisoteado por una yegua mansa en la finca de su padrino; muriò tambièn el buenazo del abuelo de un ataque al corazòn, luego una pulmonìa larga; y, finalmente, la santa de mi abuela, de vejez y soledad.
Fuì a la universidad y, como primogènito, me hice abogado como todos mis antecesores. Luego la madrastra y los imbèciles liquidaron su parte de las propiedades y se fueron a vivir donde los americanos. Yo me quedè. Tenìa el bufete y la casa grande;suficiente dinero para vivir y espacio para respirar.
Pero faltaba algo. Siempre se hace visible el peldaño siguiente en la escala a la felicidad, al sobrepasar el inmediato. Necesitaba una compañera. Alguien que acercara a la realidad mi sueño, vivir a plenitud. Porque un hombre solo es sòlo la mitad del hombre que està  llamado a ser.
Pero a la mujer tenìa que evaluarla desde el violìn y el acto del sexo ya se habìa convertido en la melodìa con la que el genio prueba el instrumento en busca de la perfecciòn. Y yo necesitaba encontrar la pureza exclusiva, la transparencia sublime del Stradivariuss.
Muchas, demasiadas noches recorriendo sitios y lugares, edades y colores. Peregrino en el tiempo de una ilusiòn, visitè muchos santuarios de Afrodita. Descendì incluso, a los màs sòrdidos, los que facilmente se confunden con el reino de Hades, donde la diosa es la Pàndemos, la vulgar, la prostituta.
Finalmente, en una fiesta donde Bebito Alonso fue el anfitriòn, en el preciso instante en que se carga la atmòsfera con los fantasmas humanos que brotan por el alcohol, en medio de la sala, admirada superficialmente por el invitado comùn, habìa una joven alta, delgada, mestiza, con un traje muy ajustado, como un violìn.
No me fue difìcil. Un paseo en el viejo cadillac fue un pretexto razonable. Luego, la noche càlida y exhuberante de estrellas, la mesita cerca del mar y un par de buenos cocteles, hicieron el resto.
Salimos varias veces. Era de esas flores exòticas que, en lo complejo de muchos pètalos, no oculta perfume alguno. Cuidadosamente educada para escalar mi agònica clase, lo hacìa con prestancia. Sin embargo, flotaba sobre ella una melancolìa afìn que la hacìa inevitablemente cercana, aunque faltaba la prueba definitiva. Un dìa llovìa demasiado para pasear. Esa noche la llevè a mi casa.
La puerta del salòn de actos abriò sus dos hojas ante el empuje de mis manos.Ovaciòn cerrada. Los espectadores desbordan hasta las paredes. Sudor intenso. La escena. El arco. Entonces nada. Y aquella risa filosa, cortante, descarada. ¿La madrastra y los dos anormales? No. Ella. Lamentable. Dolorosamente lamentable. Sòlo un instrumento falso suena mal en manos de un virtuoso;y era ya cuestiòn de honor que el intrumentista se asegurara de la desapariciòn de todo rastro de la insolencia. Asì de simple y dolorosa es la carga del deber....
Ahora todo es màs tranquilo. Aquì las paredes son blancas. Ademàs, existe un taller donde puedo construirme mis prototipos. Hay veces que el peldaño siguiente en la escala de la felicidad no deja de ser nunca una ambiciòn insatisfecha. El doctor me ha dicho que lograrè asimilar la frustaciòn y llegar al Stradivariuss de manera compensatoria si tengo fe. Y fe es lo que a mi me sobra.
 
LA QUINTA CASILLA
 
El Peòn Rey no podìa continuar avanzando. La casilla siguiente le provocaba un intenso pavor.
- ¿Què le pasa?, preguntò el Rey a la Dama.
- No lo sè. Quizàs  se siente demasiado solo.
Y la Reina enviò su caballero a protegerlo.
- Despreocùpate, muchacho, (el Peòn Rey sintiò la voz grave del caballero de la Dama detràs de sì), avanza sin temor. Pero la quinta casilla le parecìa tan fuera del poder protector del guerrero experimentado, que permaneciò en su lugar, como petrificado.
El Rey se preocupò aùn màs.
- ¿Todavìa no ha avanzado?, exclamò el monarca. - Si no logramos distraer al enemigo, jamàs podremos derrotarlo.
- Pero, es tan joven, suspirò la Dama.
- Por miles de generaciones esa ha sido su tarea;y una guerra, querida, no se gana sin sacrificios.
- Majestades, intervino el Capellàn Real, el muchacho es inexperto.
- Permìtame acercarme a èl para aconsejarlo, apuntò el confesor de la Reina.
-. Sea, concluye el Rey;- esa posiciòn es clave en mi estrategia. Que acabe de tomarla.
Mientras tanto, el Peòn Rey contemplaba los peones bronceados de mirada feroz en las lìneas enemigas y, tras ellas, el caballero negro acechando la casilla quinta. El terror se apoderò de èl. Entonces percibiò que el Capellàn de la Dama estaba a su lado.
- Hijo, comenzò a decirle el venerable anciano con aquella voz suave, es necesario que avances. Todos tus antepasados han servido fielmente a los de tu Rey por siglos completos ¿Serìas capaz de romper con la tradiciòn y llevarnos a la derrota?
- Tengo miedo, balbuceò el joven, tengo miedo morir.
-¿Y què es la vida sin sentido? ¨Acaso no es eso un morir màs doloroso, replicò su consejero. - Tu eres el Peòn Rey como tu padre, tu abuelo y todos tus antepasados. Ellos nunca faltaron a la lealtad. Debes tomar la quinta casilla porque de ella depende la victoria de tu Rey y tu propia verguenza. ¿No crees?
El Peòn Rey asintiò y el Alfil se retirò satisfecho.
Tras un silencio brevìsimo , el Peòn Rey aspirò profundamente y se lanzò a la debatida casilla.
Al verlo, el Rey agarrò fuertemente el cetro; .la Dama se cubriò el rostro, los capellanes pronunciaron sendas bendiciones.
Entonces el Caballero Negro cayò sobre èl como un rayo y lo matò
 
PUNTOS DE VISTA
 
En un claro del bosque de bambùes, al borde del estanque de las carpas doradas, el discìpulo ayudaba a su maestro a rasurarse la cabeza.
- Maestro, ¿cree usted que la luna sea en exceso grande o pequeña?
- Del tamaño necesario - respondiò el maestro con su melodiosa voz.
Un ruiseñor rompiò a cantar. El aire arrastraba el perfume de los nenùfares.
- Maestro, ¿estarà la luna demasiado cerca o demasiado lejos?
Silencio breve. Los bambùes arrullaban al compàs del viento.
- En el justo lugar - respondiò el inquirido.
A lo lejos se escuchaba el chasquido acompasado de las hachas de los leñadores. Insistiò el joven:
- Maestro, ¿y habrà vida en ella?
El maestro se tornò pensativo unos segundos. Los  àrboles no dejaban de murmurar.
- La que seas capaz de darle- respondiò al fin, guardando en su saco de viajero el espejo ovalado.